OPINIÓN
Texto y fotos: Pedro Bohórquez Gutiérrez
En el paseo junto a el río El Bosque el visitante puede verse sorprendido por una imagen que sin duda ofende la sensibilidad paisajística, a poco que se tenga. En un corto espacio transitará del placer de deambular, absorto en el rumor de la corriente y el canto de los pájaros, por la orilla salvaje de un bosque de ribera -un lujo por su proximidad al casco urbano del que pocos pueblos del sur pueden presumir y disfrutar- a recibir un «bofetón» visual: su sentido de la estética basado en lo natural quedará maltrecho y la desazón que le invadirá no encontrará fácil paliativo que algún triste desahogo como escribir en Facebook, por ejemplo. ¡Qué contraste, en tan pocos metros y ante la vista de varios árboles cuyas copas han sido deformadas deliberadamente, entre la belleza salvaje y el artificio! El paseante ha sido bruscamente expulsado de la ensoñación plácida en que le sumergía este trocito de selva que en El Bosque (Cádiz) han tenido el buen gusto de preservar dentro del casco urbano, haciendo honor al título de «Puerta de la Sierra» que espontáneamente le concede el visitante de la Sierra de Cádiz que se adentra en el corazón de la Ruta de los Pueblos Blancos o en el «Parque Natural Sierra de Grazalema», decano (junto con el de Cazorla) de los espacios protegidos andaluces, que dentro de dos años, si no me fallan las cuentas, cumplirá sus cuarenta años de andadura.
«Arte topiario» me he enterado que se llama esta práctica «jardineril» de recortar y dar formas absurdas a árboles y arbustos. ¿Arte? Uno, esta manía de esculpir en la vegetación, la ve como capricho de nuevo rico. Los jardineros que la practican en El Bosque, o en Ubrique, o en otros pueblos del Parque Natural de la Sierra de Grazalema, pertenecen a empresas privadas a las que los ayuntamientos además de la concesión de los trabajos de jardinería delegan su responsabilidad y dan carta blanca para hacer a su gusto y campar por sus respetos. En su origen, estas empresas (todo esto son meras suposiciones mías) han sido creadas, y de paso adiestrados sus operarios en el manejo de la motosierra al servicio del «arte topario», para satisfacer la demanda de nuevos ricos, la mayoría de los cuales aspiran a construir su, no por pequeño menos ostentoso, Versalles privado y exclusivo en la Costa del Sol, o donde les plazca, pues el dinero, como sabemos desde El Arcipreste de Hita, abre todas las puertas y compra voluntades.
Tendrían que comprender estos jardineros, tan bien formados en el «arte topiario», que no trabajan para banqueros o especuladores enriquecidos, sino para ciudadanos de a pie, de toda clase y condición, muchos, amantes de la Naturaleza, que anteponen el respeto que se le debe a esta nuestra casa común a una ridícula y mezquina vanidad. ¿Qué pretenden demostrar? ¿Su imaginación? ¿Su habilidad en el uso de las tijeras o la motosierra? También tendrían que aprender a distinguir entre un Parque Natural que contiene una Reserva de la Biosfera (y del que tanto El Bosque como Ubrique y Grazalema, pueblos donde progresa el «arte topiario» a paso galopante, forman parte), y una pretenciosa, hortera reproducción o copia imposible del Palacio de Versalles o de una fastuosa mansión en la campiña de Inglaterra. No se han equivocado de oficio estos jardineros con mando en plaza, sí, creo, de lugar donde ejercerlo y ejercitarse. Este tipo de trabajos «topiarios» aquí, en la Sierra, están de más.