OPINIÓN
Agustín Rubira
(Ex jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Comarcal de la Serranía. Jubilado.
Familiar de una persona atendida en la Residencia de Mayores de Alcalá del Valle).
La razón de haberme decidido a publicar estas líneas es, ante todo, la de reivindicar la imagen de la Residencia para Mayores de Alcalá del Valle (Cádiz) y el buen hacer de sus trabajadores.
Una vez transcurridos, que no superados emocionalmente, los primeros días de desconcierto y de desinformación, y con las aguas ya más calmadas, aunque persista la angustia ante el futuro incierto respecto a la salud de algunos de nuestros familiares y amigos alcanzados por este infame virus, creo que es el momento de hacer un breve balance de lo hasta ahora sucedido en el triste episodio que paso a relatar.
Como tantos otros afectados, soy familiar muy cercano de una de las cuarenta y dos personas que residían, muchas de ellas desde hace años, en el Centro para Mayores “Dolores Ibarruri” de la pequeña localidad gaditana de Alcalá del Valle, ubicada en el corazón de la Comarca de la Serranía de Ronda.
Se trata de un enclave rural, cuyos habitantes trabajan fundamentalmente, o bien en los fértiles y productivos campos locales, o bien como temporeros agrícolas en otras zonas de España o de países próximos como Francia. Sus gentes son sencillas y entrañablemente abiertas y generosas. Detalles tales, como que casi todo el mundo te salude por la calle, o que te sientes a descansar en un banco público en un caluroso día y que una vecina de una casa próxima te ofrezca un vaso de agua sin conocerte, son pequeños ejemplos de una hospitalidad ancestral y auténtica, ya casi olvidada en nuestras ciudades. Pero ¡ojo!, que nadie confunda esa generosidad individual y colectiva de este pueblo, con servilismo. Los “alcalaínos”, que es el gentilicio cariñoso que ellos prefieren, son en general personas muy luchadoras, orgullosas de su pueblo y de su historia, y muy “echaos palante” a la hora de defender lo que creen justo.
Hace ya siete años que, por una serie de peripecias familiares, me vi en la tesitura de buscar una residencia en la Serranía de Ronda, donde pudiera recibir alojamiento y atención una persona de mi familia, muy querida, y con una discapacidad severa. Tras realizar una serie de gestiones por mí mismo y de escuchar las opiniones y consejos de otros, opté por la Residencia de Mayores “Dolores Ibarruri” de Alcalá del Valle. Allí me encontré con unas instalaciones sencillas, pero excelentes: habitaciones amplias y con mucha luz natural, todas exteriores, espléndido salón de estar, gimnasio, lavandería, varias aulas para talleres o reuniones, aseos impecables, comedor confortable y alegre, cocinas propias, etc. Todo ello, rodeado por un agradable patio exterior que, unido al paseo público que linda con uno de los laterales del edificio, brinda a los residentes amplias zonas de esparcimiento.
Sin embargo, lo que con el tiempo más me ha cautivado e impresionado de esta Residencia son las personas que en ella trabajan. Y no sólo porque es una plantilla de profesionales muy completa para tratarse de un Centro modesto, donde conjugan armoniosamente su labor auxiliares, enfermeras, personal de limpieza y de lavandería, cocineras, fisioterapeuta, psicóloga, terapeuta 1 ocupacional, trabajadora social, etc, todo ello coordinado por una dirección eficaz. Es obligado, en este punto, mencionar también la meritoria tarea de aquellas personas, externas a la Residencia, que periódicamente prestan allí sus servicios, como podóloga, peluquera, etc. Pero lo más destacable es la dedicación y el excelente trato que este equipo humano dispensa a las personas mayores que tiene a su cargo. Siempre pendiente de sus necesidades, de todos los detalles, con una sonrisa, con una frase amable, incluso en los momentos de mayor presión asistencial. Yo he sido testigo, en múltiples ocasiones, de la preocupación de estos profesionales porque la comida de los ancianos sea apetecible y saludable, de que no pasen frío ni calor, de distraerlos con ingeniosas fiestas, ocurrentes celebraciones e, incluso, excursiones, que suponen un esfuerzo añadido.
Por desgracia, esta armoniosa convivencia entre cuidadores y residentes se quebró bruscamente, hace dos semanas, cuando conocimos la terrible noticia: una gran parte de unos y otros, estaban contagiados por el coronavirus. A partir de ese momento, y durante varios días, todo fue angustia y desconcierto. Los trabajadores directamente afectados fueron lógicamente apartados de sus tareas, al igual que sus contactos que eran todos los demás. Ante esta emergencia, el alcalde de la localidad puso el establecimiento en manos de la Junta de Andalucía, al tiempo que se aprestaba, junto con sus concejales, a atender personalmente a los ancianos allí acogidos, mientras llegaba un nuevo equipo de profesionales. Tras unos días de discrepancias y de declaraciones cruzadas entre ambas administraciones, y de incertidumbre para residentes y familiares, parece ser que por fin el lunes, día 23 de marzo, la Residencia ya disponía de una nueva plantilla de trabajadores y que contaba, incluso, con sistemas de oxigenoterapia. Por su parte, la Infantería de Marina había procedido previamente a la desinfección del edificio. La sorpresa fue cuando el martes, día 24 por la mañana, los familiares de los ancianos nos enteramos, por los vecinos de Alcalá del Valle y por los medios de comunicación, de que los residentes estaban siendo evacuados, pero nadie nos daba razón de adonde se los llevaban ni de donde había partido la orden de hacerlo. No fue hasta última hora de esa mañana, y tras de muchas llamadas y gestiones por nuestra parte, cuando conseguimos saber que los trasladaban a la Residencia de Tiempo Libre de la Línea de la Concepción. Nuestra angustia creció cuando, a renglón seguido, en algunos telediarios pudimos contemplar con estupor el desagradable recibimiento que unos pocos energúmenos, que no representan ni mucho menos al resto de sus conciudadanos, dispensaron a nuestros mayores.
Ahora, visto ya lo sucedido con la perspectiva de unos pocos días, que parecen lustros, no cuestiono si la decisión de trasladar a nuestros familiares fue acertada, ya que quiero creer que obedeció únicamente a un criterio estrictamente sanitario y que, por tanto, se consideró la mejor opción o, al menos, la menos mala. Sí me quejo, sin embargo, de la desinformación y cierto grado de improvisación que, desde el punto de vista de los familiares, envolvió aquella operación:
¿Por qué nadie nos avisó en los días previos de una decisión tan importante?
¿Por qué en la misma mañana del traslado ningún representante de la Administración andaluza contactó con nosotros para informarnos de dónde se llevaban a nuestros mayores?
¿ Por qué el alcalde de La Línea, según parece desprenderse de sus propias declaraciones, tampoco fue advertido del traslado con antelación?
Tampoco parece que las instalaciones de la Residencia de Tiempo Libre de La Línea hubieran sido puestas a punto previamente. Al menos no del todo, ya que algunos residentes afirmaron haber pasado frío las primeras noches allí, durmiendo todos en una gran sala sin calefacción. Ningún responsable nos dio razón de primera mano a las familias, en esas horas iniciales, de la situación en que se encontraban los ancianos, no ya desde el punto de vista sanitario, 2 sino ni siquiera en lo referente a sus condiciones de alojamiento, lo que avivó nuestra preocupación.
No fue hasta dos días después del traslado, cuando empezó a llegarnos información regular y diaria, por parte de los sanitarios que los atienden, sobre el estado clínico y anímico de nuestros familiares, así como de la situación en cuanto a su alojamiento, lo que agradecemos profundamente a esos profesionales, tanto médicas como enfermeros.
Quizá ya no es el momento de seguir ahondando en la herida. Ojalá que todo esto nos sirva a todos, Administración y ciudadanos, para aprender de los errores y extraer conclusiones positivas para el futuro en nuestros respectivos ámbitos de responsabilidad.
Por mi parte, lo que deseo, como ya expresé al inicio de este escrito, es resaltar que ni el municipio de Alcalá del Valle, ni su Residencia para Mayores, se merecen la imagen negativa que algunos han querido dar de ellos. Y lo que más ansío, es que tanto nuestros mayores, como los trabajadores de la Residencia, vuelvan pronto a ella y, lo más importante, ¡que vuelvan todos!
Quiero transmitir mi más sentido pésame a las familias de los que han fallecido, y más sin el consuelo de tener junto a ellos a sus seres queridos.
Quiero expresar mi gratitud a los alcaldes de Alcalá del Valle, Rafael Aguilera, y La Línea de la Concepción, Juan Franco, a sus respectivas corporaciones municipales y a sus conciudadanos, por su comportamiento ejemplar en este triste episodio. También a los trabajadores del SAMU: psicólogos, médicas, enfermeros y auxiliares, que se han hecho cargo de nuestros familiares enfermos, arriesgando su propia salud. Quiero resaltar y agradecer, asimismo, la labor de los militares que trabajaron en la desinfección de las intalaciones y la de los conductores, y de las fuerzas de Seguridad, que llevaron y protegieron a nuestros mayores en este traslado.
Por último, quiero enviar un abrazo muy grande a todos los trabajadores de la plantilla de la Residencia para Mayores “Dolores Ibarruri” y al pueblo de Alcalá del Valle, deseando la pronta recuperación de contagiados y enfermos, para que juntos podamos celebrar, cuanto antes, la vuelta a la normalidad, porque ¡no se merecen esto!
Autor del artículo
Agustín Rubira, familiar directo de una de las personas alojadas en la Residencia de Mayores «Dolores Ibarruri» de la localidad de Alcalá de Valle.
Agustín Rubira ha sido Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Comarcal de la Serranía y actualmente está jubilado. En 1998 fue uno de los promotores de la Plataforma Ciudadana por un Nuevo Hospital Comarcal en la Serranía de Ronda (gaditana y malagueña) y en la actualidad es uno de los portavoces de este colectivo.